El día que encontré mi esencia perdida,
esa que tú conoces,
esa que había olvidado para no recordarte,
esa que siempre te gustó,
el mismo día que logré partir
mi mente en dos,
mi corazón en dos.
Ese día me atacó fiero el monstruo absurdo y necio
de tu halo
por la espalda,
de frente,
delante de todos,
omití a tu guardaespaldas oculto.
Mi ojos nuevamente expulsan humedad,
pero no es azul,
es solo un síntoma de una de las dolencias
que me dejó el ser negro que arremetió
contra mi ser,
otro es no poder respirar,
otro más es el dolor sempiterno de rodillas, brazos,
pies, cabeza, y demás pedazos
de este cuerpo que ya no me sirve,
de este trozo de materia,
que nunca he sabido llevar hacia
el único destino trazado por
mil historias dibujadas en sueños delirantes,
en estados semi-conscientes,
en saltos de nube en nube,
de luna en luna,
de sol que abrasa hasta los huesos,
que reduce a menos que polvo
la existencia,
a cenizas esparcidas en un mar etéreo,
donde será imposible distinguirlas,
y perdidas
ya por siempre,
al fin me olvidarás,
y en unas mil vidas más,
yo también te habré olvidado,
tal vez...