Por primera vez puedo ver el rocío que anhele toda mi vida
en esta noche de brumas y humedad,
de niebla y polvo más un poco de humo,
son gotitas de mil colores que invaden mi imaginación
como hadas que llenan mi espacio, mi mente, mi vida,
al menos por un momento,
este momento,
y a pesar de mi ingenua inquietud y deseo de
encontrarme con tu esencia etérea,
tengo que aceptar, otra vez,
tu ausencia.
Mas el frio no es eterno, ni la humedad,
y persisto en drenar las heridas
con esta supuración de palabras,
tal vez sin sentido,
seguro que sin cordura,
pero con mi propio sentir,
ese que te puedo mostrar ahora,
como nunca antes,
mas se me sigue olvidando
tu ausencia.
Y cuando se desvanece en el tiempo,
ese vaho pretérito que es lo único tuyo
que hice mio,
me intento regocijar y acurruco los despojos
de huesos y carne, que me anclan a este mundo,
sobre tu recuerdo, en la cama improvisada
bajo el puente,
que no es más que una fantasía,
otro vano intento de reconstruir la morada que nunca me diste,
y lo convierto en mi altar.
Y al final, no tengo reclamos a tu ser,
solo podría agradecerte,
(aunque sé que nunca hubo más culpable que mi propia mente)
agradecerte por ayudarme a encontrar el camino del dolor
y el sabor del sufrimiento,
ahora puedo vivir bajo la lluvia, y mojarme con placer
y hasta con un poco de alegría,
y, como siempre, compartir mis pensamientos conmigo mismo,
lo de siempre, mi decir, mi sentir,
solo pueden llegar hasta el límite, la frontera,
sin siquiera un atisbo de alcanzarte,
siempre queda lo único constante que he conocido de ti:
tu ausencia.
No sirve de nada reabrir heridas. Casi siempre las ausencias nos hacen crecer y aprender a vivir a solas con nosotros mismos.
ResponderEliminarSaludos.